Niñas de Cincuenta

 

Mujer en la Ventana en Figueras
Mujer en la Ventana 
Salvador Dalí


     Tomas la mano de mamá, te afianzas con fuerza de ella, sabes que si la sueltas te caerás. Aun así, te animas a soltarla. Tambaleas, caes. Te levantas. Tomas su mano de nuevo y vuelves a intentarlo. Sientes tus piernitas más firmes, aflojas un poco su mano, le tomas únicamente un dedo hasta que te sueltas por completo. Con el pecho por delante y moviendo los bracitos por el aire logras dar cuatro pequeños pasos. Tu sonrisa lo dice todo. ¡Lo hiciste sola! Por primera vez caminas por tu cuenta. Estás creciendo.


Te subes a la bicicleta sin las rueditas de apoyo , papá te sostiene, corre tras de ti. Pedaleas con velocidad y cuando volteas, a lo lejos papá sonríe y te saluda. Miras al frente con orgullo y sabes que lo lograste. Por primera vez encuentras el equilibrio por tu cuenta sin caerte y sin ayuda. 


Te vas de campamento y pasas la primera noche lejos de mamá y papá en un lugar desconocido para ti. Sonríes al despertar, orgullosa porque no tuvieron que llamar a tus papás en medio de la noche porque tenías «dolor de panza». Por primera vez dormiste fuera de casa.


Aprendes que de eso se trata hacerte grande. Te gusta. No sabes que eso es lo que llaman autonomía. 


Entras a la universidad. Eres de los mejores promedios de la clase, participas en foros y debates. Obtienes tu primer trabajo por mérito propio. Ganas tu primer salario. Confiada, decides lo que quieres. Eres capaz. Te sientes en la cima del mundo y te reconoces verdaderamente adulta por primera vez. 


Conoces a alguien. Te enamoras, te casas. Tienes hijos y los amas con locura, te necesitan de día y de noche. Te quedas en casa para hacerte cargo. La economía familiar lo permite y así lo deciden. Disfrutas la maternidad y ayudas a tus hijos a crecer, tal como lo hizo tu mamá contigo. Te vuelves esposa y mamá de tiempo completo. «Será solo por un tiempo» le dices a la mujer que no quiere enterrar sus propios sueños. 


Pasan los años, se te olvida que “sería solo por un tiempo”; las cosas funcionan en casa porque estás ahí. Tu familia da por un hecho tu presencia, tu disposición y tu cariño. Te acomodas en la ilusión de que eres indispensable en la vida de todos y eso te hace muy feliz.  


Pasa el tiempo y no te das cuenta en qué momento tu vida dejó de ser tuya y ahora esperas que alguien o algo te regrese el poder que tu misma entregaste. Poco a poco tu autonomía se fue desvaneciendo sin tu siquiera notarlo. 


Quieres comprar eso que tanto te gusta y tienes que pedirlo, pero antes debes aprender cómo pedirlo… cuándo pedirlo, si es que esperas obtenerlo.  


Propones irte a ese viaje que tanto anhelas, «no es momento», te dicen, hay que esperar y así lo haces. 


¿Y si regresas a estudiar? Sabes que el tiempo ha pasado y tus logros académicos y experiencia laboral han quedado obsoletos. Debes actualizarte para poder darte tu sola lo que hoy tienes que pedir. Nuevamente “no es el momento” “Ya habrá tiempo para tí, espera”. Y así lo haces. 


Esperar y esperar a que alguien más decida el momento propicio para cumplir tus objetivos. Momento que nunca ves llegar. 


Pospones. Desistes. Esperas. ¿Qué esperas? Nadie te regresa el poder que tu misma entregaste sin querer, perdida en acuerdos jamás pronunciados pero implícitos en tu rol de esposa y madre. 


Tienes cincuenta años y miras atrás. Te das cuenta que te hiciste adulta para volver a ser niña al ceder tu autonomía, tu voluntad, tu libertad, como tantas otras niñas de cincuenta.


Mujeres que vuelven a depender, como si nunca hubieran crecido. Niñas de cincuenta que anhelan lo que cedieron, que para obtener tienen que pedir. Niñas de cincuenta que no pueden decidir, que olvidaron su poder, que ya no intentan, que ya no creen en sí mismas, que dependen. Niñas de cincuenta que sólo esperan… y esperan…



Así que te adaptas. Te amoldas. Cedes, esperas… ¿Qué sigues esperando, mi pequeña niña de cincuenta?     


Bertha de la Peña Calero 


Comentarios

Entradas populares